La corta vida de trece rosas
En este artículo publicado en El País de España, el 11 de
noviembre de 2005 se testimonia uno de los episodios más crueles de la
represión franquista. El 5 de agosto de 1939, trece mujeres, la mitad menores
de edad, fueron ejecutadas ante las tapias del cementerio del Este. Su historia
sigue viva hoy en forma de libros, teatro, documentales y cine.
"Madre, madrecita, me voy a reunir
con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona
honrada. Adiós, madre querida, adiós para siempre. Tu hija que ya jamás te
podrá besar ni abrazar. Que no me lloréis. Que mi nombre no se borre de la
historia". Fueron éstas las últimas palabras que dirigiría a su familia
una muchacha de 19 años llamada Julia Conesa.
Corría la noche del 4 de agosto de 1939.
Hacía cuatro meses que había terminado la Guerra Civil. Madrid, destruida y
vencida tras tres años de acoso, de bombardeos y resistencia ante el ejército
sublevado, intentaba adaptarse al nuevo orden impuesto por el general Franco,
un régimen que iba a durar cuatro décadas.
Sería aquélla la última carta de Julia
Conesa. Y ella lo sabía. Porque, junto a otras catorce presas de la madrileña
cárcel de Ventas, había sido juzgada el día anterior en el tribunal de las
Salesas. "Reunido el Consejo de Guerra Permanente número 9 para ver y fallar
la causa número 30.426 que por el procedimiento sumarísimo de urgencia se ha
seguido contra los procesados responsables de un delito de adhesión a la
rebelión. Fallamos que debemos condenar y condenamos a cada uno de los
acusados a la pena de muerte", dice la sentencia.
A Julia la acusaban hasta de haber sido
"cobradora de tranvías durante la dominación marxista".En el ambiente
de ese verano de posguerra -tristísimo para unos y glorioso para otros-, se
mezclaban las ruinas de los edificios y la pobreza de sus pobladores con las
dolorosas secuelas físicas y psicológicas de la contienda. Y, sobre todo,
abundaban ya la propaganda y la represión. El día a día de la capital estaba
marcado por las denuncias constantes de vecinos, amigos y familiares; por la delación,
los procesos de depuración en la Administración, en la Universidad y en las
empresas; por las redadas, los espías infiltrados en todas partes, las
detenciones y las ejecuciones sumarias. En junio habían comenzado, incluso, los
fusilamientos de mujeres.
"Españoles, alerta. España sigue en
pie de guerra contra todo enemigo del interior o del exterior, perpetuamente
fiel a sus caídos. España, con el favor de Dios, sigue en marcha, una, grande,
libre, hacia su irrenunciable destino", voceaban las radios de Madrid.
"Juro aplastar y hundir al
que se interponga en nuestro camino", advertía Franco en sus discursos.
Y apenas 24 horas más tarde, 13 de
aquellas mujeres y 43 hombres fueron ejecutados ante las tapias del cementerio
del Este. El momento lo recuerdan así algunas compañeras de presidio:
"Yo estaba asomada a la
ventana de la celda y las vi salir. Pasaban repartidores de leche con sus
carros y la Guardía Civil los apartaba. Las presas iban de dos en dos y tres
guardias escoltaban a cada pareja, parecían tranquilas" (María del Pilar
Parra).
"Algunas permanecimos arrodilladas
desde que se las llevaron, durante un tiempo que me parecieron horas, sin que
nadie dijera nada. Hasta que María Teresa Igual, la funcionaria que las
acompañó, se presentó para decirnos que habían muerto muy serenas y que una de
ellas, Anita, no había fallecido con la primera descarga y gritó a sus
verdugos: '¿es que a mí no me matan?" (Mari Carmen Cuesta).
"Si fue terrible perderlas,
verlas salir, tener que soportarlo con aquella impotencia, más lo fue ver la
sangre fría de Teresa Igual relatando cómo habían caído. Entre las cosas que
nos dijo, fue que las chicas iban muy ilusionadas porque pensaban que iban a
verse con los hombres (con sus novios y maridos, también condenados) antes de
ser ejecutadas, pero se encontraron que ya habían sido fusilados" (Carmen
Machado).
Quince de los ajusticiados ese 5 de
agosto de 1939 eran menores de edad, entonces establecida en los 21 años. Por
su juventud, a estas mujeres se las comenzó a llamar "las trece
rosas", y su historia se convirtió pronto en una de las más conmovedoras
de aquel tiempo de odio fratricida y fascismo. Un episodio sobre el que nunca
se habrá escrito mucho. Lo investigó el periodista Jacobo García, ya en 1985.
Lo noveló el escritor Jesús Ferrero en su libro Las trece
rosas (Siruela, 2003), en el que dedica un capítulo a cada una
de las muchachas y con su literatura las dota de vida y palabra, de sentimiento
y dolor; le pone cara a sus verdugos. Lo documentó durante dos años, sin
ficciones, y por eso aún con mayor crudeza el periodista Carlos Fonseca
en Trece rosas rojas (Temas de Hoy, 2004):
"No conocía la historia, no la
busqué; ésta me buscó a mí a través de unos documentos que guardaba un tío de
mi padre que pasó 20 años en la cárcel. Localicé el sumario, investigué; los
familiares pusieron el material que tenían a mi disposición". En su libro
duelen los testimonios de las familias, el momento de la condena, la partida
hacia la muerte, la locura posterior de las madres de las fusiladas ante su
pérdida, la indiferencia del régimen.
Retoma la historia de las trece rosas
ahora la productora Delta Films en un largometraje documental títulado Que mi nombre no se borre de la historia, tal como
pidió Julia en los últimos minutos de su vida. En la película se muestra el
drama personal y el contexto social, político (su militancia en las Juventudes
Socialistas Unificadas, JSU) y bélico en el que se mueven las protagonistas.
"Es el primer documental sobre el suceso y entendimos que era urgente hacerlo
porque son pocos los testigos vivos. Si no se recogen ahora sus voces,
permanecerán para siempre en el olvido", dicen los directores, Verónica
Vigil y José María Almela.
El destino triste de estas mujeres que
no pudieron envejecer ha sido citado también en libros de Dulce Chacón o Jorge
Semprún, y este mismo otoño lo acaba de llevar a escena la compañía de danza y
teatro Arrieritos. Además ha sido inspiración para una organización socialista
recién creada, Fundación Trece Rosas, "orientada a proyectos e iniciativas
en las que se profundice en la igualdad y la justicia social". Y aún más:
su vida y muerte es el argumento del próximo filme de Emilio Martínez Lázaro,
con guión de Ignacio Martínez de Pisón y asesoría de Fonseca.
"Tras entrevistar a sus compañeros
de organización, a sus familiares, concluimos que las trece rosas eran mujeres
que sabían bien lo que hacían, y que con gran valentía y clarividencia lucharon
contra el régimen antidemocrático que se avecinaba", comentan Vigil y
Almela. "Se afiliaron a la JSU de forma consciente; pudiendo quedarse en
casa, salieron a la calle y optaron por luchar y defender la II República
española, desempeñando diversas labores durante la defensa de Madrid y poniendo
en riesgo sus propias vidas". Según Fonseca, el régimen franquista "adoptaba
un tono paternalista con las mujeres en sus mensajes, pero trató con igual
inquina a hombres y a mujeres. La miliciana era para los vencedores la
antítesis de la mujer, cuya misión en la vida era ser madre y reposo del
guerrero". Para Santiago Carrillo, que fue primer secretario general de la
JSU, "en las guerras, son ellas siempre las que más sufren
Y el régimen
de Franco hizo todo lo posible por destruir el espíritu de libertad de las
mujeres que se había creado con la República".
Ellas se llamaban Ana López Gallego,
Victoria Muñoz García, Martina Barroso García, Virtudes González García, Luisa
Rodríguez de la Fuente, Elena Gil Olaya, Dionisia Manzanero Sala, Joaquina
López Laffite, Carmen Barrero Aguado, Pilar Bueno Ibáñez, Blanca Brisac
Vázquez, Adelina García Casillas y Julia Conesa Conesa. Eran modistas,
pianistas, sastras, amas de casa, militantes todas, menos Brisac, de la
JSU.
El suyo se considera uno de los castigos
más duros a los vencidos de la posguerra. Una respuesta, dicen, al asesinato
del comandante de la Guardia Civil, Isaac Gabaldón, a su hija y su chófer el 27
de julio anterior.
"El número de detenciones diarias
en la capital era muy variable en 1939, aunque muchos días la información
titulada 'Detención de autores de asesinato' estaba formada por más de cien
nombres", escribe Pedro Montoliú en su reciente e interesante libro Madrid en la posguerra, 1939-1946. Los años de la represión(editorial
Sílex) que le ha supuesto cuatro años de investigación y en el que describe el
ambiente de aquel tiempo: "Los peores meses fueron junio, con 227
fusilados; julio, con 193; septiembre, con 106; octubre, con 123, y noviembre,
con 201. Por días, los más sangrientos fueron el 14 de junio: 80 fusilados; 24
de junio, 102; 24 de julio, 48; el 5 de agosto, 56. Ese día, y 48 horas después
de dictar sentencia, fueron fusiladas las 'trece rosas', de entre 18 y 23 años,
que habían intentado reconstruir la JSU en la clandestinidad".
Vigil y Almela enfocan su película
preguntándose cómo se podía llegar a ejecutar una sentencia tan infame.
"¿Qué había pasado en España? ¿Qué acontecimientos habían azotado el
panorama político y social de aquel entonces?". Miraron entonces hacía la
organización política juvenil de la que las trece rosas eran miembros, la JSU,
y a su papel en el transcurso de la guerra.
"Franco se proponía destruir hasta
la simiente de los rojos en este país y al decir rojos, estoy diciendo los
simples demócratas, los liberales, cualquier recuerdo de los tiempos en que
España había sido libre", declara Carrillo en el filme. La organización
nació en marzo de 1936 de la fusión entre la Unión de Juventudes Comunistas y
la Federación de Juventudes Socialistas. "Luchábamos por un ideal",
dice una de sus miembros. Otra: "Nos afanábamos por la libertad, por un
mundo mejor, porque el trabajador pudiera vivir en condiciones". Una
tercera: "Defendíamos la República que había sido elegida en 1931,
mejorándola". Y cuarta: "Mi conciencia política surgió tan pronto
empezó la guerra. Tenía 15 años y debía pelear, no había más remedio". En
1939, la JSU se encontraba deshecha, sus líderes encarcelados. Sólo se contaba
con el coraje de sus miembros para reorganizarse.
"Crear una estructura clandestina
es siempre algo muy difícil. Hay que concentrar los esfuerzos. Y en ese periodo
los concentramos en la creación, sobre todo, de un partido comunista
clandestino", afirma Carrillo. Para el régimen, según el periodista Jacobo
García, la JSU representaba un gran peligro: "Dada la juventud de sus
militantes, estaba destinada a sobrevivir durante muchos años y a plantear
problemas al régimen franquista durante muchos años, a corto, medio y largo
plazo". Debía desaparecer.
Así, estando todos los hombres en
prisión o en el exilio, de la reorganización se encargaron las mujeres o los
jóvenes. "Queríamos seguir luchando, recuperar dinero para ayudar a los
presos, para sacarlos, para sacar a mi hermano; queríamos, pero no lo
conseguimos
", apunta Concha Carretero. "Te cogían enseguida",
rememora Nieves Torres. "Era un Madrid triste, reservado, la gente no se
atrevía a mirar a nadie; si ibas en el metro, todo el mundo iba con la cabeza
baja", dice Mari Carmen Cuesta. Se tira de los detenidos, se utiliza la
tortura para conseguir delaciones, y así, poco a poco, va cayendo la
organización. "A los presos los sacaban a la calle y los usaban como
gancho, detrás iban dos policías. Así me detuvieron a mí", sigue Torres.
Las trece rosas fueron elegidas para
morir entre las 4.000 reclusas hacinadas en Ventas en un espacio pensado para
400 (más de 280.000 presos políticos se contaban en 1939 en España). ¿Por qué
ellas y no otras? El escritor Jesús Ferrero imagina una posibilidad literaria y
azarosa en su libro: "Roux, Cardinal y el Pálido habían comido
opíparamente en el Ritz y se sentían alegres. Una hora antes les había llegado
la orden de elegir a quince mujeres, preferentemente menores de edad, para
conducirlas a juicio. Ya en comisaría, una señora, que se sentía agradecida
porque habían liberado a su hija, le regaló al Pálido un ramo de rosas. Eran
quince El Pálido lo cogió y, mirando a Cardinal y a Roux, dijo: 'Señores, ha
llegado el momento de decidir quiénes van a ser las quince de la mala hora.
Bastará con ponerle un nombre a cada una de las rosas Empezaré yo', dijo
tomando una flor. 'Y bien, esta rosa de pasión se va a llamar Luisa. No
conseguí que esa bastarda pronunciara una sola palabra en los interrogatorios.
Por poco me vuelve loco'. 'Y ésta, Pilar', dijo Cardinal. 'Y ésta se va a
llamar Virtudes', susurró el Pálido con precipitación. 'Y ésta, Carmen', dijo
Cardinal. 'Lo merece más que nadie. Nunca me miró bien esa condenada'. 'Y ésta,
Martina', anunció Roux. 'Está siempre ausente. Seguro que ni siquiera se va a
dar cuenta de que ha muerto".
Ficciones aparte, ellas sí se daban
cuenta. De sus condiciones ("La posguerra fue peor que la guerra"),
de las humillaciones ("Se ve que les gustó mi pelo y me dejaron pelona, pelona;
me lo cortaban y me lo enseñaban, '¿no te da pena este ricito?"), de lo
que les esperaba ("No bastaba con estar tú en la cárcel, todo tu entorno
tenía que expiar por tu pecado"), de lo que significaba pertenecer a los
derrotados ("Nos trataban de lo peor, muchas palizas, muchas
vejaciones"), de lo que perdían ("Estuve 16 años en prisión, se me
fue lo mejor de mi juventud").
Así lo cuentan en la película Maruja
Borrell, Nuria Torres, Mari Carmen Cuesta, Concha Carretero, Ángeles
García-Madrid, entre otras muchas, de las que fueron amigas, conocieron y/o
compartieron celda con las trece rosas en aquellos días. Hablan de las penurias,
de la vida cotidiana en una prisión en la que sólo se comían "lentejas de
Negrín", de los petates en el suelo, de la desconfianza ("No te
fiabas de nadie porque se decía que los franquistas habían metido chivatas
dentro"), y hasta de su capacidad para sobrevivir, intimar, quererse y
reírse de sí y de su situación. Hablan de las terribles noches de saca, de cómo todas salían temerosas a la galería
para ver quiénes eran las elegidas para morir, de cómo sucedió todo en aquella
noche terrible de agosto. "Para mí es un recuerdo muy amargo, muy
amargo", llora aún hoy desconsolada Mari Carmen Cuesta, entonces de 16
años.
En la película de Delta Films y en el
libro de Fonseca se recogen testimonios de parientes: las sobrinas de
Julia, de Dionisia, de Martina. Y del hijo de Blanca Brisac y Enrique García,
quizá la más triste de todas las historias: "Mi padre pertenecía a la UGT,
pero mi madre dijeron que era de la JSU, y yo sé que no militaba. Lo puedo
jurar", dice. A ambos los ejecutaron ese 5 de agosto de 1939, cuando él
tenía 11 años. "Determinadas corrientes revisionistas pretenden hoy
cambiar la realidad de los hechos y esto sí que es muy peligroso. No se trata
de generar sentimientos revanchistas. En ninguna de las entrevistas que hicimos
percibimos rencor. Al contrario, fue toda una lección de humanidad. Nuestro
documental trata de concederles el minuto de duelo que en su día se les
negó", cuentan Vigil y Almela.
Fue Blanca Brisac, sin embargo, quien mejor lo
expresó, mientras escribía a su hijo esa noche, ya en capilla: "Voy a
morir con la cabeza alta. Sólo te pido, que quieras a todos y que no guardes
nunca rencor a los que dieron muerte a tus padres, eso nunca. Las personas
buenas no guardan rencor. Enrique, que te hagan hacer la comunión, pero bien
preparado, tan bien cimentada la religión como me la cimentaron a mí Hijo,
hijo, hasta la eternidad".
El documental 'Que mi nombre no se borre de la
historia' fue emitido en el 2006 en 'Docu-TVE'.
* Este artículo apareció en la edición impresa de El
País, el Domingo, 11 de diciembre de 2005 y fue escrito por L0LA HUETE MACHADO
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