jueves, 13 de abril de 2017

HILDEGARDA DE BINGEN, UNA POBRE E IGNORANTE MUJER



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Hildegarda de Bingen,  una pobre e ignorante mujer...

Catedral de Tréveris por la noche. Haz clic en la imagen para ampliarla.
Era la fiesta de Pentecostés de 1160 y en la catedral de Trèves, la más antigua de Alemania, se agolpaban ciudadanos, clérigos y nobles para escuchar un sermón. No era un sermón cualquiera pues quien se encargaba de predicar era una mujer, un hecho sorprendente para la época. Su nombre, Hildegarda de Bingen.
Hildegarda de Bingen por Karlheinz Oswald frente a la Abadía de Eibingen.
No oigo estas cosas ni con los oídos corporales ni con los pensamientos de mi corazón, ni percibo nada por el encuentro de mis cinco sentidos, sino en el alma, con los ojos exteriores abiertos, de tal manera que nunca he sufrido la ausencia del éxtasis. Veo estas cosas despierta, tanto de día como de noche.
Decía de sí misma que era una “pobre mujer ignorante” pero lo cierto es que fue una de las personalidades más polifacéticas e influyentes del Occidente europeo en la Baja Edad Media. Abadesa, médico, compositora, escritora y mística. Hasta tres Papas la compararon con los antiguos profetas, un privilegio que nunca se ha dado a nadie más.
En la Edad Media la mujer era considerada inferior al hombre al ser hija de Eva, con la que llegó el pecado original. Este era uno de los motivos para marginarla de la vida de la Iglesia y así lo dictaminaba el Decreto de Graciano. 
Restos de la abadía de San Disibodo. Haz clic en la imagen para ampliarla.
Hildegarda nace en el año 1098 en el seno de una familia noble, en el pueblo de Renaina. En aquellos tiempos era costumbre ofrecer a los conventos niños y mujeres, y a los ocho años su familia la hace ingresar en la abadía de San Disibodo, en el oeste de Alemania. De salud enfermiza, pronto comenzó a tener visiones que no le abandonarían en toda su vida. Al principio fue reacia a compartirlas, por prudencia, pero a los 15 años lo hace con sus más allegados, siendo a los cuarenta y tres años cuando decide ponerlas por escrito ya que  -según sus palabras- Dios le ordenó hacerlo así. En 1148 el papa Eugenio III le autoriza a escribir su libro Scivias (“conoce los caminos del Señor”) compuesto de 26 visiones acompañadas de poemas en forma de alabanzas.
Poco después ocurrió algo tan inesperado como sorprendente, algo totalmente inédito hasta entonces: se leyeron públicamente algunos fragmentos de su obra para clausurar el sínodo que se celebraba en la catedral de Tréveris, delante de prelados, un Papa y de san Bernardo de Claraval, fundador de la orden cisterciense. Siempre tuvo una actitud sencilla y siempre fue consciente de que por su condición de mujer en aquellos tiempos, su obra debía ser aprobada por el hombre, y para ello encontró un importante aliado en la persona de san Bernardo, alguien del que incluso Papas y Reyes escuchaban y respetaban.
Nadie en toda la Edad Media produjo una obra tan extensa y variada como ella: desde himnos litúrgicos gregorianos (Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestes) hasta obras teatrales litúrgicas (Orden de las virtudes). Entre sus obras escritas destaca el Libro de las obras divinas y el Libro de la vida meritoria, pero personalmente destacaría dos de sus obras: el Libro de las sutilezas en el que trata cuestiones relacionadas con el aparato genital femenino como la menarquía y la menopausia, y su Libro de las sutilezas de las criaturas divinas donde incluso se puede intuir en él su concepción heliocéntrica del mundo y la teoría de la circulación de la sangre y en la que algunos encuentran que influyó en los inicios de la actual medicina alternativa.
El prestigio que adquirió hizo que en 1150 fundara una comunidad femenina cerca de Bingen y quince años después, un monasterio al otro lado del Rin. A pesar de que las mujeres tenían prohibido predicar, lo hizo, siendo sus sermones escuchados por nobles y clérigos, manteniendo correspondencia con las mayores personalidades de la Cristiandad de su tiempo, conservándose más de 300 de sus cartas.
El Riesencodex conservado en la biblioteca de la Hochschule de Rhein-Main. Haz clic en la imagen para ampliarla.
Murió con 81 años en la misma abadía que fundó. En el año 1632, tras la Guerra de los Treinta Años, sus reliquias se trasladaron desde el convento de Rupertsberg hasta Colonia y después a la iglesia parroquial de Eibingen donde aún reposan. Se le conocía como la sibila del Rin pero lo cierto es que desde el 7 de octubre de 2012, el papa Benedicto XVI le otorgó el título de doctora de la Iglesia y proclamada santa.
Santuario con los restos de Hildegarda en la iglesia parroquial de Eibingen. Haz clic en la imagen para ampliarla.
Creo que de “pobre mujer ignorante” no tenía nada. Su curiosidad por entender el mundo que le rodeaba hizo avanzar a la Ciencia por delante de su tiempo, aportando esa luz que necesitaba la oscuridad en la que se encontraba inmersa la Edad Media. Incluso su figura en la actualidad es tomada como ejemplo para muchos grupos feministas eclesiásticos y seculares por el papel que debió adquirir la mujer en la Historia

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