En el aniversario de su muerte
El 3 de
febrero de 1468 moría en Maguncia, Alemania, Johann Gensfleisch zur Laden zum
Gutenberg, el hombre que perfeccionó el sistema de
impresión a base de tipos móviles el cual revolucionó la industria gráfica
durante más de 500 años.
Gutenberg
nació en Maguncia entre 1394 y 1399 (no se tiene preciso el día ni el año) en la casa paterna llamada zum Gutenberg. Hijo del
comerciante Federico Gensfleisch y Else
Wyrich, hija de un tendero. Su apellido verdadero es Gensfleisch (en
dialecto alemán renano este apellido tiene semejanza con: «carne de ganso»
motivo por el cual, el inventor de la imprenta prefirió usar el apellido Gutenberg
con el que es conocido).
En el
hogar familiar, el joven Johannes fue tempranamente iniciado en el arte de la
orfebrería y en las técnicas de acuñación de monedas. Además de su padre,
muchos de sus parientes trabajaban en estos oficios, y es posible que allí se
le presentara la oportunidad de grabar punzones y de asistir a la fabricación
de los moldes de arena que empleaban los fundidores.
Así
transcurrieron los primeros treinta años de su vida, hasta 1428, cuando
Maguncia, como tantas otras ciudades renanas, empezaba a sufrir las terribles
consecuencias de una violenta agitación social y política entre comunidades
enfrentadas, y al imponerse el partido de los gremialistas al de los patricios,
al cual pertenecía Gutenberg, éste tuvo que huir de su ciudad natal. Nada se
sabe de él durante los cuatro años siguientes. Sin embargo, los archivos de la
ciudad de Estrasburgo confirman su presencia allí a partir de 1434. Algunos de
estos documentos son reconocimientos de deudas contraídas, una constante de su
vida.
El proceso de Estrasburgo
En
Estrasburgo, Gutenberg se asoció con tres acaudalados ciudadanos, Hans Riffe,
Andreas Dritzehn y Andreas Heilmann, en actividades relacionadas con el tallado
de gemas y el pulimiento de espejos, oficios que Gutenberg se comprometía a
enseñar y ejercer a cambio de dinero. Sin embargo, la mayor parte del tiempo lo
invertía en un proyecto que procuraba mantener totalmente en secreto; pretendía
de ese modo protegerse contra eventuales imitadores capaces de apropiarse del
fruto de sus esfuerzos. Descubierto, no obstante, por sus socios, éstos
insistieron en participar en aquel misterioso asunto que el inventor llevaba
entre manos. Gutenberg accedió de buena gana, ya que precisaba dinero, y en
1438 se firmó un contrato en el cual se estipulaba, entre otras cosas, que los
tres recién incorporados deberían abonar la cantidad de 125 florines. La muerte
repentina de uno de ellos, Andreas Dritzehn en la Navidad de aquel mismo año,
llevó a los hermanos del fallecido a exigir entrar en la sociedad o bien
recibir una compensación económica. Sin embargo, en los términos del contrato
no se contemplaba dicha eventualidad, y Gutenberg se negó a tal pretensión. El
caso fue llevado ante los tribunales en 1439, y éstos fallaron en contra de los
herederos.
El proceso
de Estrasburgo sirvió al menos para arrojar algo de luz sobre la naturaleza del
proyecto. Oficialmente, Gutenberg sólo tenía que ocuparse de las labores
propias de los orfebres; pero las declaraciones de los testigos hacían alusión,
en no pocas ocasiones, a la extraña actividad febril que reinaba en el taller
del demandado. Se trabajaba allí a todas horas, de noche y de día. ¿En qué? Los
testimonios hablan de adquisiciones de plomo, de una prensa, de moldes de
fundición, etc., en términos muy vagos e imprecisos, pero todos los objetos
citados resultan familiares para los impresores.
Cuanto más
se profundiza en el nacimiento de la imprenta tipográfica, mejor se comprende
la importancia de los trabajos de Gutenberg en Estrasburgo, que debieron de
venir marcados por arduas investigaciones, no sólo sobre los principios del
invento, que ya estaban establecidos, sino también, y sobre todo, por una larga
serie de posibles soluciones técnicas, obtenidas, sin duda, después de efectuar
gran número de pruebas con éxitos y fracasos alternados, pero acompañadas de la
obstinación de un hombre totalmente convencido de alcanzar el resultado
esperado, de lo que da fe el testimonio de numerosas personas llamadas a
declarar durante el proceso de Gutenberg. Sin duda, en él, tal convencimiento
procedía de la formación recibida en la infancia, durante la cual se había
familiarizado en las técnicas propias de los orfebres y grabadores de monedas,
desde el grabado con punzones hasta la fundición de metales, pasando por la
confección de matrices. Y es muy probable que allí, en Estrasburgo, Gutenberg
empezara a realizar lo que constituye la originalidad de su obra: la producción
de caracteres móviles metálicos.
De nuevo en su ciudad natal
Permaneció
en Estrasburgo al menos hasta 1444; así lo confirma su inscripción, aquel mismo
año, en una lista de hombres útiles para defender la ciudad contra las tropas
del conde de Armagnac. Después de esta fecha se pierde su paradero para
reencontrarlo cuatro años más tarde en Maguncia, adonde había acudido en busca
de dinero entre los prestamistas de la ciudad. Su arte como impresor había
alcanzado el refinamiento suficiente como para seducir a Johann Fust, un
acaudalado burgués, y obtener de él, en 1450, la suma de 800 florines, cantidad
que equivalía a diez años de salario del sindico municipal. Sin embargo, Fust
se limitó a aceptar las herramientas y utensilios de Gutenberg como garantía, y
dos años más tarde, en 1452, a raíz de un nuevo préstamo, se convirtió en su
socio.
El negocio montado por ambos se llamaba Das Werk der Bücher, y
constituyó, de hecho, la primera imprenta tipográfica en sentido moderno; allí
el principal colaborador de Gutenberg era Peter Schöffer, un calígrafo de gran
talento que había estudiado en París. Pero como los trabajos en el taller se
llevaban a cabo a un ritmo parsimonioso, y Fust contaba con la pronta
rentabilización de sus inversiones, comenzó a impacientarse y a requerir de
Gutenberg mayor presteza en la comercialización de las obras. Este último, como
tantos otros creadores, prefería la perfección a la realización precipitada, y
por ello surgieron las primeras desavenencias entre los dos asociados.
En 1455,
muy probablemente, fue completada la primera obra del nuevo arte la
célebre Biblia «de 42 líneas», así llamada por ser éste el número más frecuente
de líneas por columna en cada una de sus 1.280 páginas. Era una versión latina
de las Escrituras de san Jerónimo, y se precisaron fundir casi cinco millones
de tipos, editándose 120 ejemplares en papel y 20 en pergamino, de los que se
conservan 33 y 13, respectivamente.
A pesar
del éxito obtenido por la publicación, Fust interpuso, aquel mismo año, una
demanda judicial contra Gutenberg, acusándolo de no haber respetado sus
compromisos financieros. El infortunado inventor fue condenado a pagar a su
acreedor 2.026 florines, cantidad que incluía todo el capital prestado junto
con los intereses devengados. Perdió además su taller y, al parecer, la mayor
parte de su material, del que se apoderó Fust. Éste se asoció con Peter Schöffer,
cuyas declaraciones contra el demandado condicionaron en gran medida, el
resultado de la sentencia y el cual se casó más tarde con una de las hijas de
Fust. nuevos amos de la imprenta publicaron, en 1457, el Mainzer Psalterium, un salterio, el primer libro que
lleva el nombre del editor. La composición de esta bellísima obra debió de
precisar varios años de trabajo y es verosímil que comenzara bajo la dirección
de Gutenberg.
Años amargos
Tras
perder su pleito con Fust, la existencia del célebre impresor conoció unos años
amargos. Arruinado, se vio acosado por sus acreedores, algunos de los cuales le
llevaron de nuevo ante los tribunales, y acabó por refugiarse en la comunidad
de religiosos de la fundación de San Víctor. Más tarde, contó con la ayuda
desinteresada de un tal Konrad Humery, funcionario del ayuntamiento de
Maguncia, que le proporcionó material para montar un pequeño taller
tipográfico. Se especula que allí imprimió varias obras menores, entre ellas la
traducción al alemán de una bula papal contra los turcos y un calendario médico
en latín. Una Biblia «de 36 líneas» habitualmente atribuida a su labor, parece
más bien, según otros testimonios y características, obra de Schöffer.
A partir
de 1465, Gutenberg comenzó a gozar de cierta seguridad económica gracias al
mecenazgo del arzobispo elector de Maguncia, Adolfo II de Nassau. Le hizo
miembro de la corte real, le eximió de pagar impuestos y le concedió una
pensión anual de grano, vestido y vino. Gutenberg falleció el 3 de febrero de
1467, si es cierto el testimonio que dejó escrito un canónigo de la fundación
de San Víctor. Fue enterrado en la iglesia que los monjes franciscanos poseían
en Maguncia. Esta iglesia fue destruida a causa del fuego artillero a la que se
vio sometida la ciudad en 1793, y la tumba de Gutenberg desapareció con ella.
Sobre su emplazamiento pasa actualmente una calle que, ironías del destino,
lleva el nombre de Peter Schöffer.
A pesar de
los desengaños que sufrió al final de su vida, Gutenberg vivió para ver cómo su
invento se extendía rápidamente por toda Europa, empezando por las ciudades
situadas a lo largo del valle del Rin. A la muerte de Gutenberg, no menos de
ocho ciudades importantes contaban con talleres de impresión, y en las décadas
siguientes, aquella técnica revolucionaria era conocida desde Estocolmo hasta
Cracovia, pasando por Lisboa. En España, la imprenta fue introducida por los
alemanes, y se sabe que en 1473 funcionaban talleres en el reino de Aragón. Se
considera que el primer libro español impreso que ha llegado hasta nosotros
es Obres et trabes en lohors de la Verge Maria impreso
en Valencia en 1474.
La trascendencia de la
invención de Gutenberg ha sido cuestionada en varias ocasiones, puesto que
algunos historiadores señalan que no se le puede atribuir a Gutenberg la
invención de la imprenta debido a que él solo utilizó algunas de las piezas y
de los métodos existentes y los empleó en un mismo proceso.
Quizás, el verdadero
logro de Gutenberg fue el perfeccionar las técnicas de su época, hasta
conseguir el procedimiento tipográfico que resultó de la sustitución de
materiales como la madera por el metal, con lo que disminuyó considerablemente
el desgaste de las planchas de la tipografía. Su imprenta provocó una
revolución cultural que permitió la preservación del saber de su época y de las
anteriores, a través de textos impresos. Así, el saber escrito dejó de
pertenecer a la nobleza y se extendió a diversos estratos de la población que
antes de la imprenta no tenía acceso a este.
Los cambios que se
suscitaron con el perfeccionamiento de la imprenta creada por Gutenberg son
comparables con los que ofreció la informática en años recientes.
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