El 23 de abril se celebra el día Mundial del Libro. En esta fecha se conmemora la muerte de tres grandes escritores de la literatura universal: Miguel de Cervantes Saavedra, William Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega.
La celebración del día Mundial del Libro surgió en 1995 a partir
de una iniciativa de la UNESCO con el objetivo de valorizar los libros y sus
autores, buscar estimular el gusto por la lectura, fomentar la industria
editorial y la protección de la propiedad intelectual a través del derecho de
autor. Desde ese año se ha masificado la celebración en diferentes países
alrededor del mundo, dada la importancia de la lectura para el desarrollo de la
cultura.
En este día tan especial para quienes amamos la literatura
quiero compartir con ustedes este artículo tomado de Biografías y Vidas.com en el que
se hace una breve pero muy completa e interesante síntesis de la vida de William
Shakespeare, ese gigante de la literatura inglesa que tanto ha influido en la
literatura y el teatro y de cuyas obras me confieso lectora cautiva.
William Shakespeare
En torno a 1860, al tiempo que culminaba su obra Los miserables, Victor Hugo escribió desde el
destierro: "Shakespeare no tiene el monumento que Inglaterra le
debe". A esas alturas del siglo XIX, la obra del que hoy es considerado el
autor dramático más grande de todos los tiempos era ignorada por la mayoría y
despreciada por los exquisitos. Las palabras del patriarca francés cayeron como
una maza sobre las conciencias patrióticas inglesas; decenas de monumentos a
Shakespeare fueron erigidos inmediatamente.
En la actualidad, el
volumen de sus obras completas es tan indispensable como la Biblia en los
hogares anglosajones; Hamlet, Otelo o Macbeth se han
convertido en símbolos y su autor es un clásico sobre el que corren ríos de
tinta. A pesar de ello, William Shakespeare sigue siendo, como hombre, una
incógnita.
Grandes lagunas, un ramillete de relatos apócrifos y algunos datos
dispersos conforman su biografía. Ni siquiera se sabe con exactitud la fecha de
su nacimiento. Esto daría pie en el siglo pasado a una extraña labor de
aparente erudición, protagonizada por los "antiestratfordianos",
tendiente a difundir la maligna sospecha de que las obras de Shakespeare no
habían sido escritas por el personaje histórico del mismo nombre, sino por
otros a los que sirvió de pantalla. Francis Bacon, Edward de Vere, Walter Raleigh,
la reina Isabel I e incluso la misma esposa del bardo, Anne Hathaway, fueron
los candidatos propuestos por los especuladores estudiosos a ese ficticio
Shakespeare. Según otra teoría, su amigo el dramaturgo Christopher Marlowe
habría sido el verdadero autor: no habría muerto a los veintinueve años, en una
pelea de taberna como se creía, sino que logró huir al extranjero y desde allí
enviaba sus escritos a Shakespeare.
Ciertos aficionados a la criptografía creyeron encontrar, en sus obras,
claves que revelaban el nombre de los verdaderos autores. En consonancia con
las carátulas teatrales, Shakespeare fue dividido en el Seudo-Shakespeare y en
Shakespeare el Bribón. Bajo esta labor de mero entretenimiento alentaba un
curioso esnobismo: un hombre de cuna humilde y pocos estudios no podía haber
escrito obras de tal grandeza.
Afortunadamente, con el transcurrir de los años, ningún crítico serio,
menos dedicado a injuriar que a discernir, más preocupado por el brillo ajeno
que por el propio, ha suscrito estas anécdotas ingeniosas. Pero de las muchas
refutaciones con que han sido invalidadas, ninguna tan concluyente, aparte de
los escasos pero incontrovertibles datos históricos, como el testimonio de la
obra misma; porque a través de su estilo y de su talento inconfundibles podemos
descubrir al hombre.
Los orígenes
En el sexto año del reinado de Isabel I
de Inglaterra, el 26 de abril de 1564, fue bautizado William Shakespeare en
Stratford-upon-Avon, un pueblecito del condado de Warwick que no sobrepasaba
los dos mil habitantes, orgullosos todos ellos de su iglesia, su escuela y su
puente sobre el río. Uno de éstos era John Shakespeare, comerciante en lana,
carnicero y arrendatario que llegó a ser concejal, tesorero y alcalde. De su
unión con Mary Arden, señorita de distinguida familia, nacieron cinco hijos, el
tercero de los cuales recibió el nombre de William.
No se tiene constancia del día de su nacimiento, pero tradicionalmente su cumpleaños se festeja el 23 de abril, tal vez para encontrar algún designio o fatalidad en la fecha, ya que la muerte le llegó, cincuenta y dos años más tarde, en ese mismo día.
No se tiene constancia del día de su nacimiento, pero tradicionalmente su cumpleaños se festeja el 23 de abril, tal vez para encontrar algún designio o fatalidad en la fecha, ya que la muerte le llegó, cincuenta y dos años más tarde, en ese mismo día.
Así, pues, no fue su cuna tan humilde como asegura la crítica adversa, ni
sus estudios tan escasos como se supone. A pesar de que Ben Johnson,
comediógrafo y amigo del dramaturgo, afirmase exageradamente que "sabía
poco latín y menos griego", lo cierto es que Shakespeare aprendió la
lengua de Virgilio en la escuela de Stratford, aunque fuera como alumno poco
entusiasta, extremos ambos que sus obras confirman. La madre provenía de una
vieja y acomodada familia católica, y es muy posible que el poeta, junto con
sus dos hermanos y una hermana, fuese educado en la fe de su madre.
Sin embargo, no debió de permanecer mucho tiempo en las aulas, pues cuando
contaba trece años la fortuna de su padre se esfumó y el joven hubo de ser
colocado como dependiente de carnicería. A los quince años, según se afirma,
era ya un diestro matarife que degollaba las terneras con pompa, esto es,
pronunciando fúnebres y floreados discursos. Se lo pinta también deambulando
indolente por las riberas del Avon, emborronando versos, entregado al estudio
de nimiedades botánicas o rivalizando con los más duros bebedores y sesteando
después al pie de las arboledas de Arden.
A los dieciocho años
contrajo matrimonio con Anne Hathaway, una aldeana nueve años mayor que él cuyo
embarazo estaba muy adelantado. Cinco meses después de la boda tuvo de ella una
hija, Susan, y luego los gemelos Judith y Hamnet. Pero Shakespeare no iba a
resultar un marido ideal ni ella estaba tan sobrada de prendas como para
retenerlo a su lado por mucho tiempo. Los intereses del poeta lo conducían por
otros derroteros antes que camino del hogar. Seguía escribiendo versos, asistía
hipnotizado a las representaciones que las compañías de cómicos de la legua
ofrecían en la Sala de Gremios de Stratford y no se perdía las mascaradas,
fuegos artificiales, cabalgatas y funciones teatrales con que se celebraban las
visitas de la reina al castillo de Kenilworth, morada de uno de sus favoritos.
Según la leyenda, en
1586 fue sorprendido in fraganti cazando
furtivamente. Nicholas Rowe, su primer biógrafo, escribe: "Por desgracia
demasiado frecuente en los jóvenes, Shakespeare se dio a malas compañías, y
algunos que robaban ciervos lo indujeron más de una vez a robarlos en un parque
perteneciente a sir Thomas Lucy, de Charlecote, cerca de Stratford. En
consecuencia, este caballero procesó a Shakespeare, quien, para vengarse,
escribió una sátira contra él. Este acaso primer ensayo de su musa resultó tan
agresivo que el caballero redobló su persecución, en tales términos que obligó
a Shakespeare a dejar sus negocios y su familia y a refugiarse en Londres".
Pero es más plausible que el virus del teatro lo impulsara a unirse a alguna
farándula de cómicos nómadas de paso por Stratford, abandonando hijos y esposa
y trocándolos por la a la vez sombría y espléndida capital del reino.
A partir de ese momento hay una laguna en la vida de Shakespeare, un
período al que los biógrafos llaman "los años oscuros". No reaparece
ante nuestros ojos hasta 1593, cuando es ya un famoso dramaturgo y uno de los
personajes más populares de Londres. Entretanto se le atribuyen los siguientes
empleos: pasante de abogado, maestro de escuela, soldado de fortuna, tutor de
noble familia e incluso guardián de caballos a la puerta de los teatros.
Pasarían varios meses hasta que pudiera ingresar en ellos y meterse entre
bastidores, primero como traspunte o criado del apuntador, luego como comparsa,
más tarde como actor reconocido y, por fin, como autor de gran y merecido
prestigio.
Prohibidos por un ayuntamiento puritano que los consideraba semillero de
vicios, los teatros se habían instalado al otro lado del Támesis, fuera de la
jurisdicción de la ciudad y de la molestia de sus alguaciles. La Cortina, El
Globo, El Cisne o Blackfriars no eran muy distintos de los corrales hispanos
donde se representaba a Lope de Vega. La escenografía resultaba en extremo
sencilla: dos espadas cruzadas al fondo del proscenio significaban una batalla;
un actor inmóvil empolvado con yeso era un muro, y, si separaba los dedos, el
muro tenía grietas; un hombre cargado de leña, llevando una linterna y seguido
por un perro, era la luna.
El vestuario se improvisaba en un
rincón de la escena semioculto por cortinas hechas jirones, a través de las que
el público veía a los actores pintándose las mejillas con ladrillo en polvo o
tiznándose el bigote con corcho carbonizado.Mientras los actores gesticulaban y
declamaban, los hidalgos y los oficiales, acomodados a su mismo nivel sobre la
plataforma, les desconcertaban con sus risas, sus gritos y sus juegos de
cartas, prestos a lucir su ingenio improvisando réplicas y a echar a perder la
representación si la obra no les complacía. En torno al patio, las galerías
acogían a las damas de alcurnia y los caballeros. Y en el fondo de "la
cazuela", envueltos en sombras, sentados en el suelo entre jarras de
cerveza y humo de pipas, se veía a "los hediondos", el maloliente
pueblo.
En todo caso, se trataba de un público con más imaginación que el actual o,
al menos, buen conocedor de las convenciones teatrales impuestas por la penuria
o por la ley. Inspirándose en el severo primitivismo del Deuteronomio, los
legisladores puritanos prohibían la presencia de mujeres en la escena. Las
Julietas, Desdémonas y Ofelias de Shakespeare fueron encarnadas por jovencitos
bien parecidos de voz atiplada, ascendidos a Hamlets, Macbeths y Otelos en
cuanto les despuntaba la barba y les cambiaba la voz. Tal era el teatro en que
Shakespeare empezó su carrera dramática.
La fecundidad
Hacia 1589, Shakespeare comenzó a escribir. Lo hacía en hojas sueltas, como
la mayoría de los poetas de entonces. Los actores aprendían y ensayaban sus
papeles a toda prisa y leyendo en el original, del que no se sacaban copias por
falta de tiempo; de ahí que ya no existan los manuscritos. Como cada tarde se
ofrecía una obra diferente, el repertorio había de ser muy variado. Si la obra
fracasaba ya no se volvía a escenificar. Si gustaba era repuesta a intervalos
de dos o tres días. Una obra de mucho éxito, como todas las de Shakespeare,
podía representarse unas diez o doce veces en un mes. Algunos actores eran
capaces de improvisar a partir de un somero argumento los diálogos de la obra
conforme se iba desarrollando la acción. Shakespeare nunca los necesitó.
Acuciado por este
ritmo vertiginoso y espoleado por su genio, Shakespeare empezó a producir dos
obras por año. En su primera etapa, Shakespeare siguió la línea de estos dramas
isabelinos de capa y espada. De estos años (entre 1589 y 1592) son las obras
con las que inaugura su crónica nacional, sus dramas históricos: las tres
primeras partes de Enrique VI y
la historia de quien lo asesinó, Ricardo III . La comedia de
los errores, basada en un tema de Plauto, marca su faceta
burlesca, y Tito
Andrónico, tragedia bárbara inspirada en Séneca, su
primera obra de tema romano.
Durante la peste de Londres de 1592 (que
los puritanos aprovecharon para mantener cerrados los teatros hasta 1594),
Shakespeare se retiró a Stratford y desarrolló sus dotes poéticas. En 1593
publicó Venus y
Adonis y en 1594 La violación
de Lucrecia, dos poemas largos, dedicados a su joven
protector, Henry Wriothesley, conde de Southampton, a quien se suele asociar
con uno de los protagonistas de los afamados sonetos. Según figura en los
documentos, en 1594 ya era miembro destacado de la mejor compañía de la época,
la Lord Chamberlain's Company of Players (Compañía de Actores de lord
Chamberlain), nombre tomado de su protector, y había escrito La fierecilla
domada, Los dos
hidalgos de Verona, dos comedias de inspiración italiana
y una tercera, Trabajos de
amor perdidos, ambientada en una Navarra imaginaria.
Shakespeare empezó de
actor en la compañía y aunque siguió haciéndolo hasta 1603, nunca llegó a
interpretar papeles principales. Sin embargo, la experiencia debió serle útil.
Como Molière, Brecht o Bulgákov, Shakespeare fue un verdadero hombre de teatro:
lo conocía desde dentro, participaba en los ensayos, presenciaba los
espectáculos y concebía sus personajes pensando en actores concretos.
Paralelamente a su éxito teatral, mejoró su economía. Llegó a ser uno de los
accionistas de su teatro, pudo ayudar económicamente a su padre e incluso en
1596 le compró un título nobiliario, cuyo escudo aparece en el monumento al
poeta construido poco después de su muerte en la iglesia de Stratford. Entre
1594 y 1597 escribió Romeo y
Julieta y El sueño de
una noche de verano, dos obras de amor y de juventud, y
los dramas históricos Ricardo II, El rey Juan y El mercader
de Venecia.
I
Imagen de El sueño en una noche de verano, que inmortalizó Félix Mendelsssohn con su vibrante composición musical.
Imagen de El sueño en una noche de verano, que inmortalizó Félix Mendelsssohn con su vibrante composición musical.
En 1598 la compañía de
Chamberlain se instaló en el nuevo teatro The Globe (El Globo), cuyo nombre se
uniría al de Shakespeare para siempre. Ésta parece que fue la etapa más feliz
del escritor, la época de las comedias Mucho ruido y
pocas nueces, Como gustéis,Las alegres
comadres de Windsor (que según la leyenda fue escrita
en quince días por encargo urgente de la reina), Noche de
Reyes y Bien está lo
que bien acaba, escritas todas entre 1598 y 1603. De
estos años son también (como anticipando su próxima etapa) Julio César, Troilo y
Crésida y su obra más famosa y perdurable, Hamlet.
A la muerte de
Isabel l en 1603, Jacobo I, hijo de María Estuardo y rey de Escocia desde 1567,
se convirtió también en rey de Inglaterra y la compañía de Chamberlain pasó
bajo su protección con el nombre de King's Men (Hombres del Rey). A pesar del cambio
de nombre y de protector, el teatro mantuvo su carácter público: hicieron
representaciones para todo el mundo, incluso para la corte.
Ante tal éxito, la compañía inauguró una pequeña sala cubierta en 1608, la
Blackfriars, con una entrada más elevada y para un público más selecto.
Financieramente, la compañía funcionaba como una sociedad anónima de la que Shakespeare fue uno de sus más importantes accionistas. Debido a la buena administración, su posición económica se afirmó aun mas: compró varias propiedades en Londres y en Stratford, hizo distintas inversiones, entre ellas algunas agrícolas, y en 1605 compró una participación de los diezmos de la parroquia de Stratford, gracias a lo cual (y no a su gloria literaria) sería enterrado en el presbiterio de la iglesia.
Financieramente, la compañía funcionaba como una sociedad anónima de la que Shakespeare fue uno de sus más importantes accionistas. Debido a la buena administración, su posición económica se afirmó aun mas: compró varias propiedades en Londres y en Stratford, hizo distintas inversiones, entre ellas algunas agrícolas, y en 1605 compró una participación de los diezmos de la parroquia de Stratford, gracias a lo cual (y no a su gloria literaria) sería enterrado en el presbiterio de la iglesia.
El último acto
Shakespeare tuvo siempre obras en escena, pero nunca aburrió. Entre 1600 y
1610 no dejó de estar en el candelero con sus príncipes impelidos a acometer lo
imposible, sus monarcas de ampuloso discurso, sus cortesanos vengativos y
lúgubres, sus tipos cuerdos que se fingen locos y sus tipos locos que pretenden
llegar a lo más negro de su locura, sus hadas y geniecillos vivaces, sus
bufones, sus monstruos, sus usureros y sus perfectos estúpidos. Esta pléyade de
criaturas capaces de abarrotar cielo e infierno le llenaron la bolsa.
A fines de siglo ya era bastante rico y
compró o hizo edificar una casa en Stratford, que llamó New-Place. En 1597
había muerto su hijo, dejando como única y escueta señal de su paso por la
tierra una línea en el registro mortuorio de la parroquia de su pueblo. Susan y
Judith se casaron, la primera con un médico y la segunda con un comerciante.
Susan tenía talento; Judith no sabía leer ni escribir y firmaba con una cruz.
En 1611, cuando Shakespeare se encontraba en la cúspide de su fama, se despidió
de la escena con La tempestad y, y
quizás enfermo, se retiró a su casa de New-Place dispuesto a entregarse en
cuerpo y alma a su jardín y resignado a ver junto a él cada mañana el adusto
rostro de su mujer. En el jardín plantó la primera morera cultivada en
Stratford. Murió el 23 de abril de 1616 a los cincuenta y dos años, en una
fecha que quedó marcada en negro en la historia de la literatura universal por
la luctuosa coincidencia con la muerte de Miguel de Cervantes.En
realidad, fue una coincidencia de fechas, no de días: el 23 de abril de 1616
del calendario juliano, que se empleaba todavía en Inglaterra, corresponde al 3
de mayo de 1616 del actual calendario gregoriano, ya adoptado por aquel
entonces en España.
Los misterios de Shakespeare
Es cierto que la
juventud del poeta ofrece los pasajes más desconocidos para el biógrafo. Sin
embargo, los verdaderos misterios de su vida pertenecen a aquellos años en que
su carrera puede ser reconstruida con bastante fidelidad. El más conocido de
estos enigmas está relacionado con sus Sonetos,
publicados en 1609, pero escritos, en su mayor parte, unos diez o quince años
antes. Uno de los protagonistas de los 154 sonetos es un apuesto joven a quien
el poeta admira mucho, y el otro es la famosa dark lady,
"dama morena", que le fue infiel con el anterior.
Muchos intentaron encontrar en estos poemas claves de la vida interior de
Shakespeare, pruebas de su presunta homosexualidad, afirmando que el joven
galán de los sonetos o, tal vez, la "dama morena" no era otro que el
conde de Southampton, mecenas del debutante autor, a quien le había dedicado
sus dos primeras obras poéticas. No se sabe con certeza quién era el objeto de
la adoración secreta del poeta. Sus únicas referencias personales comprensibles
y claras son menudencias: que sufría de insomnio, que le gustaba la música, que
reprobaba las mejillas pintadas y el uso de las pelucas.
Sea como fuere, lo cierto es que alrededor de 1613, es decir, a los cuarenta y ocho años de edad, en pleno poder de sus facultades mentales y en el cenit de su carrera, Shakespeare rompió abruptamente con el teatro y se retiró a su ciudad natal como podría hacerlo un pequeño burgués que después de una vida de trabajo quisiera gozar de sus bienes en la quietud campestre. Sus últimos años transcurrieron como los de un respetado hidalgo rural: participaba en la vida social de Stratford, administraba sus propiedades y compartía sus días con sus familiares y vecinos.
Sus obras siguieron en cartelera hasta después de su muerte, y debió
conservar algún contacto, aunque sólo amistoso, con el teatro. Incluso se dijo,
según una leyenda registrada casi medio siglo después, que murió a consecuencia
de un banquete celebrado en compañía de su colega Ben Jonson. Contradice a esta
historia el hecho de que un mes antes de su muerte dictara su testamento
rubricándolo con una firma temblorosa que permite imaginar que ya se encontraba
enfermo.
El testamento, extenso y minucioso, está relacionado con el último misterio
de la vida de Shakespeare, aunque sea sólo menor y de orden anecdótico: después
de nombrar como heredero principal al marido de su hija mayor, Susan, y de
legar valiosos objetos de oro y de plata a su otra hija, Judith, dejó a su
mujer su «segunda mejor cama». Nadie ha podido descifrar el significado
verdadero de tan extraño legado, que, a su vez, dice mucho del cariz del
matrimonio del poeta.
La posteridad se ha ocupado de Shakespeare más que de cualquier otro autor,
y no sólo en el sentido positivo. Muchos querían negarle la autoría de su obra
atribuyéndosela a espíritus más elevados, preferiblemente de origen ilustre. A
Voltaire y a Tolstoi, por ejemplo, les irritaba no la persona del poeta (o su
origen plebeyo), sino su obra, que es lo contrario a todo orden clásico, regla
artística o realismo formal. Es la misma libertad: verbal, dramática,
emocional. Se expresa con veloces imágenes, en una misma obra salta años,
países y mares, cambia azarosamente los hilos de la trama y alterna el tono
cómico con el trágico. Su obra es la perenne inquietud y su perspectiva, el
infinito. Hace caso omiso de los cánones de la composición porque obedece a
unas leyes más importantes y atávicas que las de la unidad de tiempo o de
lugar. Nadie logró inmortalizar a tantos personajes como ese dramaturgo que
prácticamente no llegó a inventar ni una sola historia propia.
En una de esas metáforas asombrosamente plásticas que tanto abundan en su
obra, Shakespeare define la gloria como «un circulo en el agua / que nunca cesa
de agrandarse / hasta llegar a ser tan ancho / que se disipa en la nada...».
Pero la suya no fue así. No tendió a desvanecerse, ni siquiera a languidecer:
después del relativo desinterés por su obra en los tiempos de moral puritana y
de gusto neoclásico, a partir del preromanticismo se le volvió a descubrir de
modo universal. Desde entonces todas las épocas y estilos tienen su propio
Shakespeare, corroborando la predicción de su amigo y rival, Ben Jonson: «Él no
era de una época sino para todos los tiempos».
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